sábado, 16 de febrero de 2008

K.O. CONTRA EXXON


Primer round: Doctrina Calvo
Ganamos la pelea contra Exxon desde 1868, cuando el internacionalista argentino Carlos Calvo, indignado por la invasión de Francia e Inglaterra contra México, sostuvo que: 1) Los Estados no pueden ingerirse en los asuntos de otros, en virtud del principio de igualdad entre ellos 2) los extranjeros no pueden gozar de mayores derechos y privilegios que los nacionales, 2) y empresas y ciudadanos extranjeros deben solucionar sus controversias ante los tribunales internos del Estado territorial donde están establecidos. Países como Bolivia, Honduras y Venezuela, incluyeron en sus constituciones y legislaciones la “Cláusula Calvo”, que impone a los inversionistas extranjeros dirimir las controversias sobre sus contratos con entes públicos única y exclusivamente en los tribunales del Estado receptor y de acuerdo con las leyes de éste.
Segundo round: Constituciones blindadas
Venezuela estaba blindada contra tribunales o juntas arbitrales extranjeras por lo menos desde la Constitución sancionada el 21 de junio de 1893, que establece en su artículo 149: “Ningún contrato de interés público celebrado por el Gobierno Nacional o por el de los Estados podrá ser traspasado, en todo o en parte, a gobierno extranjeros. En todo contrato de interés público se establecerá la cláusula de que: ‘Las dudas y controversias de cualquier naturaleza que puedan suscitarse sobre su inteligencia y ejecución, serán decididas por los Tribunales venezolanos y conforme con las leyes de la República, sin que puedan tales contratos ser, en ningún caso, motivo de reclamaciones internacionales”. Hasta 1961, todas nuestras constituciones incorporaron una norma similar.

Tercer round: Caballo de Troya IV República
Pero los congresistas que sancionaron la Constitución de 1961 contrabandearon un mortífero caballo de Troya al disponer en el artículo 127 que:“en los contratos de interés público, si no fuere improcedente de acuerdo con la naturaleza de los mismos, se considerará incorporada, aun cuando no estuviere expresa, una cláusula según la cual las dudas y controversias que puedan suscitarse sobre dichos contratos y que no llegaren a ser resueltas amigablemente por las partes contratantes serán decididas por los tribunales competentes de la República, en conformidad con sus leyes, sin que por ningún motivo ni causa puedan dar origen a reclamaciones extranjeras”. La soberanía es el ilimitado derecho de un Estado de sancionar leyes, aplicarlas y decidir en sus propios tribunales las controversias sobre su aplicación. Si una de estas tres patas falta al taburete de la soberanía, cae. Contra la soberanía jurisdiccional de Venezuela, se volvió moda en los contratos de interés público de la IV República considerar “improcedente de acuerdo con la naturaleza de los mismos” que nuestros tribunales juzgaran las controversias sobre ellos, y pactar que las dirimieran tribunales o juntas arbitrales extranjeras. Bajo la Constitución de 1961 se pactó que Exxon pudiera demandar a Venezuela ante tribunales y juntas arbitrales extranjeras.
Cuarto round: Caballo de Troya V República
Esta grave vulnerabilidad no se corrigió en la Constitución de 1999, cuyo artículo 151 todavía admite el sometimiento de las controversias sobre contratos de interés público de Venezuela a sus propios tribunales sólo “si no fuere improcedente de acuerdo con la naturaleza de los mismos”. Tampoco pude convencer a los integrantes de la Comisión Presidencial para la Reforma Constitucional de que propusieran eliminar la destructiva excepción. Para ganarle a la Exxon, urge que en próxima reforma de la Constitución se restablezca nuestra soberanía jurisdiccional.

Quinto Round: La naturaleza de los mismos
Quien alega excepción, debe especificar los supuestos de ella y probarlos. Los contratos de PDVSA con Exxon son de interés público porque versan sobre la explotación de un recurso natural propiedad de la República, en territorio de ésta, con personal mayoritariamente venezolano y bajo la protección de leyes venezolanas, elementos todos sujetos a decisión de nuestros tribunales. En materia de interés público, la norma priva sobre el acuerdo privado. Y ni una norma, ni un supuesto de hecho, autorizan a someterlos a otra jurisdicción. Además, por ser de interés público, tales contratos requerían aprobación del Poder Legislativo, según el artículo 126 de la Constitución de 1961 y el 150 de la vigente. Se debe verificar si tal requisito se ha cumplido. Sin ello, serían absolutamente nulos de toda nulidad, por falta del elemento fundamental constitutivo del consentimiento de la República.


Sexto Round: Organizaciones Internacionales

Por otra parte, el artículo 35 del “Protocolo de Cartagena de Indias” de 1985, que reforma la Carta de la Organización de los Estados Americanos, dispone que “Las empresas transnacionales y la inversión privada extranjera están sometidas a la legislación y a la jurisdicción de los tribunales nacionales competentes de los países receptores y a los tratados y convenios internacionales en los cuales éstos sean Parte y, además, deben ajustarse a la política de desarrollo de los países receptores”. Y la Carta de Derechos y Deberes Económicos de los Estados, adoptada en 1974 por la Asamblea General de la ONU, pauta en su artículo 32 que “Ningún Estado podrá emplear medidas económicas, políticas o de ninguna otra índole, ni fomentar el empleo de tales medidas, con objeto de coaccionar a otro Estado para obtener de él la subordinación del ejercicio de sus derechos soberanos”. De seis rounds, ganamos cuatro. Para decidir por KO, sólo necesitamos darle largas vacaciones pagas a legisladores y funcionarios enemigos de la soberanía.

EL LIBRO



Tuvo la experiencia común a toda la humanidad de haber leído un sólo libro. Una tarde de la niñez cansado por los juegos lo abrió y lo siguió hasta el final inesperado. Mucho tiempo lo olvidó debajo de la cama. Adolescente lo releyó fascinado por las figuras femeninas. En la juventud fue el protagonista y encontró en su vida real los otros personajes. Tomó gestos del héroe como decálogo de conducta. A punto estuvo de terminar su vida como él. Muchos años dejó el libro en una gaveta. Lo hojeó al azar. Encontró raros ritmos en la prosa. Cosas por decir más allá de lo decible. Años más tarde lo halló en el fondo de un escaparate. Algo no estaba bien. Lo que había parecido elegante triunfo del protagonista era quizá derrota. La solución era a lo mejor entrabamiento. El fin sugería otro comienzo. El libro amarilleó en el fondo de una maleta. Allí lo encontró antes del viaje. Posiblemente el autor había puesto cada palabra para que fuera comprendido lo contrario. Otro vez lo rescató de una papelera. Podía ser que la transparente historia no fuera anécdota sino emblema del desorden del mundo. Luego localizó el volumen entre cartas viejas y un cortapapeles oxidado. Evitó abrirlo, cansado de sustitutos de la vida. Volvió al ejemplar después de un desastre. Se le antojó que el trivial enlace de anécdotas era revelación total, y culpa suya la incapacidad de penetrarla. Se sorprendió una vez recordando el libro enteramente distinto de como era. Inútilmente buscó en él frases o pasajes que creía recordar perfectamente. Lo abandonó para siempre. Una tarde de tedio lo reencontró entre un desorden de papeles. Las palabras le remitieron a los olores y sonidos del mundo en cada una de sus anteriores lecturas. No volvió a encontrar jamás el libro original. Compró en un remate el mismo título. Lo releyó con el desasosiego de que el formato, la edición o la versión lo enfrentaban a un libro diferente. Se acostumbró a consultarlo a la ventura, como oráculo. Cifró letras y palabras buscando en los números el rigor que estropeaban los vocablos. Se sintió llamado a comandar una religión o un imperio que hicieran el mundo a semejanza del libro. Soñó que lo leía y que a través de la óptica del sueño cada sentido era diferente. Otra vez entendió que el libro sólo era alusión o emblema de otro libro enteramente distinto. Evitó el tomo durante los años siguientes. Sus incidencias podían ser clave de un destino cuyo final no le interesaba anticipar. Alguna vez recayó en la tentación del descuadernado legajo. Encontró sólo mediocridad, prepotencia, artificio. Se maravilló de la inocencia que en tantas lecturas había creído encontrar tantas cosas. En otra oportunidad releyó de atrás hacia adelante. Sospechó que esa misma aridez era el encanto. En una temporada ociosa localizó volúmenes que comentaban el libro. Cada uno de ellos parecía referirse a una obra distinta. Perdió años urdiendo sistemas de interpretación que explicaban el libro. Cada uno era definitivo y diferente. Luego extravió voluntariamente el amasijo de hojas tan distintas cada vez que las miraba. En la lectura final intentó leer lo que sucedía, no en la hoja borrosa ni en su mente sino en el combate entre ambas que era leer. Al pasar los ojos sobre las manchas de tinta las encontró vacías de sentido. Descansó profundamente.

PUEBLO Y EJÉRCITO


Reflexiones sobre el 4 de febrero de 1992

No sé por qué dices tú
Soldado, que te odio yo
Si somos la misma cosa
Yo y tú
Tú y yo.
Nicolás Guillén
1
No puede haber ejército sin pueblo, ni pueblo sin ejército. Ello es evidente en nuestros países, que se independizaron con una guerra revolucionaria. Contradice la naturaleza misma de un ejército el servir intereses de una minoría de la población o de una potencia extranjera. En tales casos, no se puede modificar al pueblo para que se identifique con el ejército. Hay que cambiar al ejército para que se identifique con el pueblo. Esto se logra mediante la creación de un nuevo ejército revolucionario que sustituya al anterior, como en el caso de México, Cuba o de Nicaragua, o mediante la progresiva identificación del ejército con la causa popular, como ocurre en diversos momentos en Bolivia, Panamá, Argentina, Perú y Venezuela. La rebelión militar del 4 de febrero de 1992 replantea para Nuestra América el tema de las relaciones entre pueblo y ejército en tiempos de Revolución.
2
Ejército, pueblo en armas. No hay tropa que no sea popular. La mano que empuña el fusil cultiva la tierra o funde el acero. Un pueblo y un ejército sólo pueden ser utilizados contra ellos mismos cuando se los sujeta a la disciplina y se confía la imposición de ésta a una minoría privilegiada. Sin disciplina no hay ejército, sino individuos armados. Sin conducción no hay milicia, sino anomia. Quien selecciona normas y oficiales maneja los ejércitos. Por ello la conducta de éstos depende del sector social donde se recluta la oficialidad. Jerarquías oligárquícas imponen o defienden regímenes oligárquicos, como en Chile o Colombia. Oficialidades alistadas del pueblo en la guerra revolucionaria defienden revoluciones, como en Cuba o Nicaragua. Oficialidades reclutadas en diversos sectores sociales están abiertas a orientaciones variadas, que no excluyen la causa popular. Favorece la toma de posición a favor del pueblo la proletarización de los oficiales, su rechazo a las doctrinas hegemónicas de limitación de talla de los ejércitos de las naciones dependientes, su aversión al vasallaje de las Fuerzas Armadas ante misiones militares u organismos foráneos como la DEA, la repulsión a reprimir compatriotas, la concientización ideológica en la guerra más importante, la cultural.

3
El ejército colonial fue reflejo de la sociedad de castas. Sus milicias estaban agrupadas según el estamento de procedencia; su oficialidad, doctrina estratégica y reglamentos dependían de los mantuanos, quienes compraban rangos y ascensos. El ejército patriota fue inútil mientras intentó copiar el modelo de su adversario. Éste, por el contrario, a través de José Tomás Boves incorporó a la milicia a las “castas viles”; seleccionó entre ellas la oficialidad –salvo unas decenas de mandos- y desarrolló una táctica de carga de caballería y una logística que aprovechaba los recursos de caballos y ganados del terreno. Las armas patriotas sólo se le sobrepusieron cuando adoptaron sus tácticas de recluta popular mediante el ofrecimiento de libertad y tierras, y sus tácticas de guerra asimétrica:de partidas de jinetes voluntarios contra regimientos, lanzas contra artillería, guerra de movimientos contra guerra de posiciones. Tales prácticas permitieron a Piar la contundente victoria en San Félix y convirtieron contiendas de liberación nacional en epopeyas continentales.
4
Conquistada la Independencia, la República oligárquica licenció a sus milicianos, los engañó postergando la entrega de las tierras ofrecidas como salario por el Libertador, intentó reintegrar a la esclavitud a los esclavos liberados por éste y reimponer una oficialidad reclutada exclusivamente entre los pudientes, para la cual crea en 1830 una Academia Militar dentro de la Escuela de Matemáticas. Custodios y gerentes de este nuevo orden son los espadones de las contiendas independentistas. Al intento de reinstaurar la sociedad de castas le salen al paso las oleadas de insurrecciones campesinas de 1836 y 1846 y las marejadas de alzado que se incorporaron a las milicias durante la Guerra Federal. Los destacamentos conducidos por Zamora se componían esencialmente de voluntarios y marchaban bajo la bandera de Tierras y Hombres Libres, lo que suponía eliminación del latifundio y de la renta de la tierra. Tras la misteriosa muerte del General de Hombres Libres, la componenda del Tratado de Coche cedió el poder a oligarquías locales cuyos caudillos convocaban temporalmente montoneras ligadas por la lealtad personal o el ascendiente semifeudal.

5
Los caudillos locales coaligados con la banca transnacional fueron vencidos y desarmados en 1902 por Cipriano Castro en la batalla de La Victoria y por Juan Vicente Gómez en la de ciudad Bolívar. El primer cuidado del Cabito fue constituir y armar un ejército permanente. El Benemérito lo consolidó y lo adiestró según el modelo prusiano mediante asesores chilenos. En 1920 se creó una Escuela de Aviación Militar. A partir de 1929 el ingreso petrolero se hizo decisivo y facilitó la modernización y equipamiento. Así como la recaudación se centraliza en el Poder Nacional, se centralizan la administración y las Fuerzas Armadas. La recluta forzosa recaía sobre los estratos más pobres, y los conscriptos con frecuencia eran destinados a trabajos forzados en los latifundios del Presidente o de otras autoridades. Gómez erige en Maracay un enclave militar que controla las regiones y cierra el paso hacia la capital. Su ascendiente como Jefe del Ejército le posibilita ser reelegido como Presidente o mandar mediante testaferros hasta su muerte en 1935. Fallecido el Benemérito, la gravitación decisiva de la institución armada en la vida nacional determinó que el Congreso eligiera para la presidencia sucesivamente a dos generales, y postergó las reformas sociales en esa especie de dictadura sin dictador llamada postgomecismo. El general Isaías Medina Angarita respetó los derechos civiles y otorgó libertades formales con tal amplitud que no pudo defenderse contra el golpe de Estado que lo derrocó el 18 de octubre de 1945.
6
Con la autodenominada Revolución de Octubre irrumpe en la vida nacional la llamada Gloriosa Juventud Militar. Toman el poder apoyados por Acción Democrática para conceder el sufragio directo a los analfabetos, la ampliación y laicización educativas, una tímida reforma agraria. Integran la Gloriosa Juventud oficiales medios cuyo nivel de vida se había deteriorado progresivamente, algunos surgidos de las bases populares, como Mario Vargas, otros retoños de la oligarquía de caudillos, como Carlos Delgado Chalbaud. Tal policlasismo explica la multiplicidad de orientaciones. La tuberculosis se lleva prematuramente a Mario Vargas, acérrimo defensor de Acción Democrática. La debilidad del componente civil se rebela cuando no puede oponer la menor resistencia al golpe que en 1958 instala en el poder una Junta presidida por el coronel Carlos Delgado Chalbaud. Asesinado éste, la dictadura se derechiza todavía más bajo la conducción del coronel Marcos Pérez Jiménez. En la ideología oficialista del Nuevo Ideal Nacional, las Fuerzas Armadas son una elite que custodia los valores de la Nacionalidad y se adscribe al anticomunismo de Guerra Fría que impone el Secretario de Estado norteño John Foster Dulles en la X Conferencia Interamericana, que se reúne en la Ciudad Universitaria en 1954 y legitima la venidera intervención estadounidense contra Guatemala.

7
Pero tan ilusorio como un poder del pueblo que no se apoye en un ejército resulta el de un ejército que no se apoye en el pueblo. El 23 de enero de 1958 una insurrección popular seguida de un pronunciamiento militar derriban la dictadura. No se trata sólo de rebelión civil. Se olvida con frecuencia que el primero de enero un alzamiento castrense había sacudido los cimientos del despotismo, forzado la salida del odiado ministro de Relaciones Interiores Laureano Vallenilla Planchart y del jefe de la policía política Pedro Estrada, y fracturado la apariencia monolítica de la autocracia. Una junta de militares y civiles presidida por el contralmirante Wolfgang Larrazábal abrió el camino hacia la democracia formal. El ejército habría podido eternizarse en el poder como elite gobernante, de acuerdo con la doctrina del Nuevo Ideal Nacional. En lugar de ello, cede el paso a los partidos políticos. Cuando crece la protesta social desde 1959, el bipartidismo ilegaliza e intenta exterminar las organizaciones radicales, éstas se ven forzadas a la insurgencia y el ejército asume la tarea de reprimirlas.
8
A raíz de la Lucha Armada se intenta fraguar la conseja según la cual las Fuerzas Armadas serían refractarias a todo postulado revolucionario, y la izquierda necesariamente antimilitarista. Quienes la comparten olvidan que las organizaciones radicales, entre ellas el Partido de la Revolución Venezolana, mantuvieron un estrecho contacto con sectores del ejército; que en el alzamiento de Carúpano medio millar de efectivos y en el de Puerto Cabello millar y medio se jugaron la vida por la Revolución y liberaron guerrilleros presos. La recluta de la oficialidad en diversos estratos sociales facilitó esta pluralidad ideológica. Otro factor favoreció su integración con el resto de la sociedad. Para evitar que se instalaran de manera casi permanente cúpulas de oficiales en los altos mandos, Rómulo Betancourt propició su jubilación temprana. Ello a su vez estimuló a los oficiales para seguir otros estudios superiores. Ya para los años ochenta, más de la mitad de la oficialidad tenía otra carrera, aparte de la militar. Para los noventa, se integraba dentro de las Fuerzas Armadas el MBR200, movimiento nacionalista, izquierdista, bolivariano.

9
La represión que casi desmanteló las vanguardias radicales resultó a la postre inútil. Sin convocatoria de vanguardia alguna, el pueblo insurgió espontáneamente el 27 de abril de 1989, y su movilización, sin plan ni objetivos precisos, sólo fue domeñada tras una semana sangrienta. A esta embestida de masas que habían quedado desprovistas de vanguardias siguió la de una vanguardia que no pudo coordinar de inmediato sus masas. Las rebeliones del 4 de febrero y del 21 de noviembre de 1992, al igual que el Caracazo, fueron pronunciamientos contra el plan de desnacionalización que avanzaba el bipartidismo. Pero no consistieron sólo en rebeliones militares: implicaron una estrecha colaboración con políticos y partidos izquierdistas para un apoyo de las masas que no pudo manifestarse de inmediato en forma eficaz. Su impacto no se limitó a lo castrense: actuaron como detonante de una incontenible protesta social que signó la década inmediata y sepultó al bipartidismo. Y demostraron que un movimiento social puede catalizar uno militar, y viceversa, para finalmente sincronizarse y cristalizar en el arribo al poder por la vía institucional de las elecciones, para iniciar un proyecto revolucionario.
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Sin embargo, así como no basta que un ejército esté de parte de la oligarquía para asegurar su eterna dominación, tampoco es suficiente que un ejército se declare a favor de la causa popular para que ésta devenga revolucionaria. La fuerza popular debe definir con precisión su ideología, organizarse, convertirse en una suerte de ejército civil revolucionario. Alistada en él, o cohesionada con él, debe librar la batalla por la hegemonía, que es la que decide verdaderamente la cuestión del poder. Esta confrontación se entabla en el plano social, económico, político, cultural. En las organizaciones sociales, como en el ejército, se ha de evitar la infiltración del enemigo; el uso del colectivo para fines individuales; el empleo de la fuerza organizacional para el pillaje; la falta de claridad sobre tácticas y estrategias; el otorgamiento de ascensos y comandos por causas distintas del mérito; la desmoralizadora acumulación de privilegios en los mandos y de sacrificios sin reconocimiento en la militancia; el premio de la cobardía y la recompensa de la traición; la tendencia a rehuir enfrentamientos y sustituirlos por capitulaciones o componendas; la propensión a convertirse en reflejo fiel del enemigo al cual se dice combatir.

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La alineación de pueblo y ejército trae efectos colaterales. Históricamente todas las experiencias revolucionarias, incluso las burguesas, han sido objeto de una agresión internacional. Contra Costa Rica, Guatemala, Cuba, República Dominicana, Chile, Nicaragua, Panamá, contra casi todos nuestros países se activaron en distintas épocas agresiones directas o indirectas del Imperio, con sus propias tropas o valiéndose de cipayos de países vecinos o quintas columnas internas. Hacia Venezuela apunta la codicia de las grandes potencias ávidas de saquear sus hidrocarburos. La estrategia más obvia para ello consiste en activar un conflicto con un país vecino, como el que durante casi una década enfrentó a Irak e Irán. Paramilitares y narcotraficantes infiltrados desde la Hermana República progresivamente se instalan en nuestro país, conquistan posiciones, instalan imperios fundados en el miedo, la corrupción, el narcotráfico y el juego, constituyen lavaderos para legitimar capitales de origen criminal, establecen vínculos con la oposición apátrida y mantienen vivos los que siempre los ligaron con la derecha de Colombia. Ésta, según lo reconoce Hugo Chávez Frías, es un país ocupado por Estados Unidos. Además, incrementa exponencialmente el número de efectivos y el armamento de su ejército enfrascado en una guerra contrarrevolucionaria, lo cual la ha convertido en potencia militar de primera línea. Abonan el terreno ideológico un viejo plan secesionista que apunta hacia el Zulia, y un histórico diferendo sobre las fronteras y el Golfo de Maracaibo. Desde hace años se activa una campaña de descrédito en los medios; hace poco se añaden a ella un bloqueo a las importaciones de armamentos, un intento de embargo de bienes de PDVSA en el exterior, la acusación de país narcotraficante y de país supuestamente protector del terrorismo. Nada desearía tanto como equivocarme, pero no es imposible que nuestro país tenga que enfrentar en el futuro una progresiva activación de políticas agresivas e intervencionistas. Por primera vez en las casi dos centurias transcurridas desde la Independencia, Venezuela debería defenderse en una confrontación internacional.
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Ello replantea las cuestiones de la doctrina militar, de la política internacional, de la preparación para la guerra asimétrica y de cuarta generación, de los mecanismos para la integración de las grandes masas a la defensa y de la nueva política de alianzas. Es una experiencia histórica apasionante, controvertida, sometida a todo tipo de ataques, y de cuyo éxito dependen el destino de Venezuela y en buena medida la integración regional.