jueves, 28 de abril de 2011

ESCRITORES ANÓNIMOS















Un amigo o enemigo me desliza en la mano el papelito con la dirección desconocida. Cada hombre debe afrontar tarde o temprano lo peor de sí mismo. En una oficina abandonada repleta de archivos vacíos encuentro un rebaño de hombres quejumbrosos. Apenas les anima creer que alguien comparte su miseria. Uno tras otro confiesan la forma en la cual cayeron en el hábito. La adicción seduce mostrándose como el camino hacia lo que valora el vicioso. Éste la confundió con el camino a la fama, ése la tomó como atajo al poder, aquél como la vía hacia el amor, el otro la creyó sendero al saber o la belleza. Pero la adicción termina convirtiéndose en la única belleza, amor, poder, saber y fama del vicioso. Aquél sacrificó a su hábito lo que hubiera sido provechosa carrera en la política, la estafa inmobiliaria o el fraude bancario. El otro abandonó familia antes de que ésta lo abandonara. Otro confesó haber perdido irreversiblemente la salud con los drásticos estímulos para la inspiración del alcohol y el tabaco. Así como se separaron de la turba de oportunistas y parásitos, abominó de ellos la masa de vividores y buscafortunas. Un adicto consignó la fórmula de la Piedra Filosofal en libros que nadie lee. Otro exploró los abismos del Ser en manuscritos que nadie publica. Un tercero reveló el Estado de Gracia en versos que ninguno comenta. El cuarto fue sistemáticamente plagiado y sus tesoros devinieron adorno de farsantes. El quinto fue eternamente postergado hasta quedar detrás incluso de sí mismo. Al sexto lo festejaron sólo para destruirlo. El séptimo se degradó para consignar el testimonio de la degradación. El octavo fue el único leído al precio de rebajar su obra al nivel más bajo posible. El odio de la sociedad hacia ellos sólo fue superado por el que se tenían entre ellos y el de cada cual hacia sí mismo. Quien busca a la humanidad aislándose sólo encuentra desiertos. Les dije que procurar la salida es tenerla y que para librarse del tormento de escribir basta con dejar de hacerlo. Cosa que la inmensa mayoría ha cumplido, ironicé ante aquella asamblea del poemario único y el folleto sin familia. Allí me enteré de que la realidad era otra. Acobardados por el unánime desprecio hacia el escritor, fingían haberse reformado, pero en vano. El aliento creativo los denunciaba. Una frase errática, una vacilación al repetir el lugar común eran síntomas de que se refocilaban a solas con su vicio. En plena farsa de la normalidad se les escapaba el traspié de una idea o el temblor de un instante inefable. Lejos de ser el primer paso hacia la regeneración, la simulación agravaba su estado de parias. El representar imperfectamente la esterilidad era resentido como sátira por la inagotable multitud de los estériles. Nuestra vocación no es el poder, ni el amor, ni la belleza, gritó por fin el más desesperado. Sólo queríamos la nulidad, la fealdad, la indiferencia, y ya nadie podrá arrebatárnoslas. Así como la conciencia es el Ser del ser, la escritura es Conciencia de la conciencia. El agua y la vida más puras no contienen otra cosa que ellas mismas. Destruirse es el único alivio de la inteligencia. Por eso no podemos dejar de escribir. Días después leí en los periódicos que quien así gritó había fallecido prematuramente de cirrosis hepática. Era la última de una serie de muertes sospechosas. Anuncio que he dejado de escribir. Nadie me cree.
(FOTO/TEXTO: Luis Britto)

SAN PAYASO















La noticia de la canonización de San Payaso pareciera haber sido ideada para distraer la atención mundial de ciertas escandalosas imputaciones contra altos dignatarios de la Santa Sede. En el expediente de San Payaso consta que éste habría sido expulsado del pequeño grupo original de seguidores de San Francisco de Asís porque le quitaba seriedad a la pobreza. Ni una sola florecilla le dedica la crónica del Poverello. Rechazado por quienes habían decidido no ser nada, cayó San Payaso en el extremo de ser menos que nada. Después de todo qué es un payaso con su aspecto y sus actos unánimemente torpes. No se sabe cómo puede pecar un payaso, que es atrapado en todas sus travesuras y rechazado por todas las trapecistas y Colombinas. El payaso no mata con sus cuchillos de palo y sus trabucos que sólo disparan papelillo. El hábito no hace al monje pero sí al payaso y sabemos que un hombre de nariz roja y traje de balón se ha retirado drásticamente del mundo y sus vanidades. Ni siquiera el mayor asceta condescendió al maquillaje de harina o ceniza que borra la individualidad del rostro y a la cabeza baja de quien representa estruendosamente el fracaso. Ni siquiera el león del circo encerrado en su jaula es tan desventurado como el payaso de quien todos se ríen. No puede estar seguro el payaso ni siquiera de la amistad de los niños, pues hay quienes temen su rostro desfigurado y lloran ante sus greñas de penitente. Parece que, como el Cordero de Dios, el payaso hubiera asumido para sí todas las desdichas del mundo. Con esta cotidiana aniquilación a veces opera el payaso el milagro de la risa, que es la única prueba tangible de la posibilidad de la bienaventuranza. El Diablo resiste a todo menos al ridículo, y por las comarcas de Umbría se le enfrentó San Payaso a todas sus encarnaciones: el aburrimiento, la solemnidad, la pesadumbre. No podía evitar San Payaso la muerte, pero dibujaba en los labios de los apestados la extremaunción de la sonrisa. Según Marsilio de Padua, esto podría haber salvado millares de almas si se considera que San Pedro juzga a los que llegan por su cara, y devuelve de una vez a los malencarados. San Payaso murió de hambre y de frío un invierno frente a la puerta cerrada de la más fastuosa catedral del mundo. Los perros lo olfatearon y desdeñaron devorarlo. No fue enterrado en sagrado porque la envidia lo acusó de predicar la más perniciosa herejía. San Payaso reía con todos, pero nadie sabe si reía de Dios, del mundo o de sí mismo. No sabemos si el Cielo existe ni si lo tendremos. Un instante de dicha aquí es el Paraíso.
EL COLECCIONISTA DE DESNUDOS DE ALMAS
Se tapa el cuerpo para ocultar sus funciones o imperfecciones y con igual finalidad se esconde el alma. Un cuerpo desnudo es bello en la medida en que cumple a plenitud con sus funciones, que nos invitan a ejercer las nuestras, y un alma en pelota puede ser horripilante en el grado en que elude su función de hacer cumplir las del cuerpo. Ya a casi nadie inhibe mostrar la piel pero el pudor del alma se intrinca bajo el traperío de las falsas confesiones. Dijo Poe que la inmortalidad aguardaba a quien escribiera un libro llamado Mi corazón al desnudo y fuera fiel a su título. Los museos del mundo rebosan de exhibiciones de piel destapada pero en todas las bibliotecas del universo no hay un libro semejante. El coleccionista de almas procede entonces como aquellos mirones de antaño siempre atentos al revuelo de unas faldas o al indiscreto reflejo de un espejo de tocador. Un alma o un cuerpo desnudos mientras más próximos se revelan a sus funciones más indefensos. Ni tetas ni sinceridad falsas engañan.